En 2001 a través de mi amigo Jesús, que había estado el año anterior con la ONG Setem, fuí a Perú en mi mes de vacaciones a colaborar con unas "misioneras todoterreno" que desarrollan su trabajo en la selva amazónica. La madre Lucero de Barranquita nos acogió en su casa y estuvimos haciendo actividades con la comunidad de la zona. Las actividades consistían en dar a conocer a los niños sus derechos y con las madres sobre asuntos de sanidad, higiene, alimentación, sexualidad, etc. Fue un mes en el que aprendí más de lo que pude enseñar. Vivíamos en una casa de madera y comíamos, la mayoría de las veces, lo que nos daban los lugareños de sus chacras (huertos).
Los últimos cinco días de mi estancia en Perú, fuimos Raquel y yo a ver los restos arqueológicos Incas de Machu Picchu. Fue impresionante, nunca había visto nada igual, las nubes pasaban rozándonos, estábamos a 2.438 metros de altitud y la sensación de fatiga era enorme, de hecho nada más llegar a Cuzco nos dieron un mate de coca, que tiene las propiedades de suavizar el mal de altura. Como historiadora del arte disfruté mucho de su patrimonio, arquitectura y etnografía, y como persona me enseñó a valorar lo que tenemos y no damos importancia.
Los últimos cinco días de mi estancia en Perú, fuimos Raquel y yo a ver los restos arqueológicos Incas de Machu Picchu. Fue impresionante, nunca había visto nada igual, las nubes pasaban rozándonos, estábamos a 2.438 metros de altitud y la sensación de fatiga era enorme, de hecho nada más llegar a Cuzco nos dieron un mate de coca, que tiene las propiedades de suavizar el mal de altura. Como historiadora del arte disfruté mucho de su patrimonio, arquitectura y etnografía, y como persona me enseñó a valorar lo que tenemos y no damos importancia.
Montaña Huayna Picchu y ruinas de Machu Picchu
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