Hace mucho tiempo Skessudrangar, Landdrangar y Langhamrar se encontraban arrastrando un barco cerca de la costa de Vik, estos trolls se encontraban tan absortos en su tarea que no se dieron cuenta que el amanecer se acercaba y así, con el contacto de los primeros rayos de sol, fueron convertidos en tres imponentes moles de piedra.
Con esta espectacular vista de los Reynisdrangar nos levantamos después de haber pasado la noche en el promontorio donde está ubicada la iglesia de Vik. Esta pequeña localidad de no más de 300 habitantes es la puerta de entrada a uno de los mayores contrastes de Islandia, al menos uno de los que más nos ha sorprendido, y es que cuando uno piensa en Islandia la mente siempre se te va a inmensos glaciares o peligrosos volcanes, pero hay más, mucho más. ¡Vamos a descubrirlo!.
A escasos kilómetros al oeste de Vik se encuentra Dyrhólaey, un promontorio de 120 m de altura que se adentra en el mar, que hace honor a su nombre (literalmente puerta-agujero) y es capaz de cumplir las expectativas del ornitólogo más exigente. Frailecillos, Fulmar boreales, alcas, skuas y otras especies se cruzan en vuelo activadas por una primavera que acaba de empezar.
En lo alto del acantilado un faro domina las vistas que hacia el este la conforman una extensa playa de arena negra que llega hasta las inmediaciones de la península de Reykianes (unos 90km) y el temido glaciar Eyjafjallajökull.
Al oeste se encuentra Reynisfjara, la playa que separa Dyrhólaey del cabo de Garðar, con el imponente Arnardrangur (roca del águila) en primer término.
Por último nos trasladamos al cabo de Garðar donde se encuentra Hálsanefshellir, una cueva de paredes formadas por columnas de basalto muy parecidas a las que luego veremos en Svartifoss y desde la que echamos un último vistazo al maravilloso Dyrhólaey.
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